La obra de Gaudí solo puede comprenderse plenamente cuando se percibe el papel fundamental que el símbolo juega en ella, el cual revela no solo su profunda relación con la tradición hermenéutica que funde el cristianismo con el romanticismo, sino también los sutiles hilos que lo unen con el sentimiento estético presente en las obras de coetáneos suyos como Marcel Proust, Oscar Wilde, Nietzsche o Thomas Mann.
El símbolo en Gaudí no solo sirve como medio para sintetizar arquitectónicamente, con una voracidad infinita, múltiples niveles de significado: religiosos, históricos, naturales, literarios, metafóricos, populares, numerológicos, mitológicos, biográficos, científicos… sino también como un armonizador de contrarios: la razón constructiva y la decoración, la naturaleza y el arte, la geometría y la imaginación, la carne y el espíritu, el dolor y el castigo de crear y el éxtasis redentor de alumbrar la forma de una arquitectura que, a través de la mediación simbólica, supere la inanidad de la materia para participar plenamente de la vida.