El libro de la oración

San Pablo exhortaba a los cristianos a «orar sin cesar»[225], igual que él procuraba hacer. La oración le fue transformando cada vez más en Cristo, hasta el punto de poder decir: «Vivo, pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí»

La oración ilumina tu inteligencia e inflama de amor tu corazón para hacer maleable tu alma.

Uno de los mayores incentivos para rezar es la consideración detallada de los numerosos beneficios de la oración. Con estas palabras los resume san Bernardo: «La oración es el vino que alegra el corazón del hombre. Empapa el interior de la conciencia reseca; ayuda a digerir las buenas obras y distribuye su fuerza entre los diversos miembros del alma; robustece la fe, conforta la esperanza, vitaliza y equilibra la caridad, y vigoriza las costumbres».

Si de verdad buscas a Dios, no hay acontecimiento en tu vida que no te ayude a avanzar hacia Él.

Para llegar a la meta de tu existencia te hace falta lo que necesitas, y tal vez lo que deseas y anhelas no es imprescindible para alcanzarla. Puede ser que tus deseos superen a tus necesidades.

La perseverancia es especialmente poderosa, ya que implica humildad, una voluntad sincera y un deseo ardiente

La mayor felicidad del hombre en el tiempo y en la eternidad es cumplir el fin para el que ha sido creado.

Pero Dios no obliga a nadie a cumplir su destino.

Para hacer oración mental empleas las tres facultades de tu alma: tu memoria, tu inteligencia y tu voluntad. La memoria recuerda una verdad religiosa o moral; la inteligencia reflexiona sobre ella y la aplica a la vida personal; y la voluntad hace propósitos firmes y prácticos, y tiene el deseo de convertir en obras esa verdad.

Sin Dios y sin religión no pueden esperar afrontar y solucionar los problemas y las dificultades de la vida matrimonial.

También las oraciones de quienes están en pecado mortal son indefectiblemente escuchadas si su arrepentimiento es sincero, como el del ladrón en la cruz.