Conozco la nieve, decía para seguir haciendo ante otros una imagen de mí misma. Si conozco la nieve soy la nieve también. Esa vez no sentí el frío, el deseo, el rechazo y hasta una suerte de decepción: la nieve duele, se ensucia con facilidad, no es ese algodón que imaginamos. No sabe a nada. Mirarla de lejos tras una ventana es lo que resta, como antes de conocerla la mirábamos a través de una pantalla.