En los tres relatos que conforman esta obra, Gorki retrata de manera magistral tres caras de la marginalidad presente en la sociedad rusa de aquel entonces. En efecto, tanto el panadero Konovalov, la recalcitrante feminista, Malva, y el ratero, Tchelkache, no son personajes de laboratorio, sino fieles semblanzas de individuos de carne y hueso pertenecientes al inframundo de la desigualdad que caracterizaba el Imperio Ruso de fines del siglo XIX.