el cristianismo hubo un doble movimiento. En sus fundamentos, quiso abrirse a las posibilidades de un amor que ya no contaba con nada. Perdida la continuidad y recobrada en Dios, en su opinión hacía un llamamiento, más allá de las violencias reguladas de los delirios rituales, al amor extraviado y sin cálculo, del fiel. Los hombres, transfigurados por la continuidad divina, eran criados en Dios para el amor de los unos para con los otros. El cristianismo nunca abandonó la esperanza de acabar reduciendo ese mundo de la discontinuidad egoísta al reino de la continuidad inflamado de amor.