El Copista (Anagrama, 1994) es una historia complicada, retorcida y perversa aunque narrada con gran sentido de humor. Amancio Castro es un copista de partituras musicales con escaso talento y poca ambición que pasa su vida a la sombra del maestro Lope Burano, afamado músico, engreído por la crítica y por la sociedad, y que para colmo de males tiene como amante a la bellísima Marisa Mantilla. Amancio, cholo, provinciano, sumiso, “completamente anticuado y propenso a la mudez” se enreda en la telaraña de la pasión, no de la envidia, para competir con el maestro en la posesión del oscuro objeto del deseo. Pero digno, al fin, renuncia a la actividad de copista que ejerció durante veinte años para confesar ante el Maestro su verdad, su pecado y su venganza.
La música tiene un papel protagónico a lo largo de la narración. «Dios me dio tres narices pero ningún oído», dice la escritora entre risueña e irónica, para confesar luego que es una «maniática de la música clásica». No es casual entonces que los escarceos amorosos del protagonista estén descritos en pentagrama. (La veía envuelta en gasas y tules, flotando delante mío siempre a escasos centímetros de distancia: Brahms, Maestro, tan nítido, primera danza húngara en sol menor, allegro molto. La ansiaba acercándose por fin, la decimotercera danza, andantino grazioso, para desenvolverla yo con estas manos que no podían haber adquirido así pensaba las medidas y la consistencia y la destreza que tienen sino para el contacto con aquella piel primorosa y tersa, para tantearla, presto, tocarla, vivace, para palparla y poco a poco presionar de arriba abajo, danza con moto, recorrer de derecha a izquierda, así sonaba, molto vivace (danza cuarta), acariciar de adentro hacia afuera o viceversa.).
La novela está estructurada en forma de dos cartas manuscritas: la que dirige Amancio Castro a don Lope y la que escribe Marisa a su amiga Claudia. Hay una diferencia de tono, de estilo y de solidez en ambas misivas. Más lograda es la primera donde la escritora se solaza en crear situaciones deliciosas, estados de ánimo contradictorios, agudas relfexiones y anécdotas disparatadas que permiten varios niveles de lectura. En la segunda parte, la narración se apreta, se cohíbe y avanza a pie forzado en un evidente afán por conciliar o rellenar las situaciones descritas previamente por Amancio. Lo que en la primera carta suena a regocijante perversión, en la segunda parece presuntuoso, lo descrito con erotismo contenido se trastoca luego en moralina y la amplia gama de sentimientos encontrados que exhibe el protagonista deja paso a un simple registro voyerista.