Antes de que se popularizara el correo electrónico, escribíamos cartas de verdad cuando estábamos enfadados y las dejábamos junto a la puerta de casa para enviarlas a la mañana siguiente. A menudo las hacíamos pedazos al levantarnos y darnos cuenta, a plena luz del día, de que en realidad no queríamos divorciarnos, ni dimitir, ni emigrar con efecto inmediato. Internet ha convertido la correspondencia precipitada en un riesgo mucho mayor; en la era del correo electrónico y las redes sociales es mejor no dejarse llevar por la pasión.