La vida en el archivo

(Venir al archivo es como ir de pesca.)

El historiador que va al archivo es siempre un lector imprevisto, un espía de la posteridad.

Aun en los marcos institucionales más privilegiados, la reconstrucción del pasado está marcada por las estrategias de la escasez: hay que conseguir todo lo posible, acumular por las dudas porque nunca se sabe qué puede pasar y siempre habrá tiempo para descartar. Decía Rosenzweig: en la era digital, los viejos expertos en administrar escasez deberemos aprender a administrar abundancia.

(Trabajar con diarios es trabajar con la tentación del desvío, de la distracción permanente; es dejarse llevar por la corriente sin perder de vista la orilla; permitirse sucumbir a las derivas, seguir en paralelo los afluentes más y más alejados de la pregunta original.)

La mejor cosecha de archivo es la que admite un margen amplio para las fugas, la que encuentra lugares para lo que no funciona del todo o no funciona todavía, o funciona por fuera de la razón que lo sacó del olvido.

Junto a las herramientas liberadoras, casi mágicas, que nos ofrecen las pantallas digitales, los viejos trucos del oficio seguirán ahí.

El quehacer de la historia no necesita la figura del investigador-héroe, ni se beneficia del culto fetichista de la fuente material. Restituir las intensidades de la experiencia del archivo no implica añorar las limitaciones que conllevaba, y resulta difícil poner en duda la potencia de los cambios que atraviesa nuestro trabajo.

El acceso rápido y sencillo a ciertos universos documentales exige, entonces, que se tenga conciencia de lo que queda por fuera de esa extraordinaria novedad.

El equilibrio de visibilidad e invisibilidad de la evidencia, cuya ponderación siempre fue parte del oficio de la historia, demanda un ejercicio de interpretación de claroscuros que son más contrastantes que nunca.

De todo esto se desprende el potencial de la tecnología digital para erosionar una de las dimensiones más individuales de nuestro muy individual oficio, esa cultura de la exclusividad condensada en la noción del archivo propio, obtenido por el esfuerzo propio, y por eso guardado bajo siete llaves. En su dimensión más abierta, la del archivo disponible en internet, esto implica no solamente la apertura a otros colegas, sino a cualquier persona interesada en esos materiales. La digitalización marca, así, una saludable tendencia a minimizar el acceso como valor en sí. Y con ello jerarquiza la destreza y creatividad en la construcción del archivo para la base de un trabajo, que siempre será un archivo singular.