Son los cantos de las aves en migración, que aparentemente las mantienen en contacto a través del cielo con otras de su especie dispersas. Yo nunca puedo escuchar estas llamadas sin una oleada de conmoción compuesta de muchas emociones, una sensación de lejana soledad, un compasivo caer en la cuenta sobre las pequeñas vidas controladas y dirigidas por fuerzas más allá de la voluntad o la negación, una invasión repentina de asombro por el instinto certero acerca de la ruta y dirección que hasta ahora ha frustrado los esfuerzos humanos para explicarlo.