Una vez más, la naturaleza aprovechó la ocasión para demostrar su indiferencia hacia las penas de los seres humanos. Un sol radiante, aunque gélido, inundaba las calles. El cielo recordaba a un pañuelo de seda azul pespunteado de blanco, meciéndose en el espacio infinito. La mar lo impregnaba todo de su intenso olor a salitre. La autopista rebosaba de coches rutilantes, llenos de pasajeros despreocupados. ¡Qué injusta puede ser la felicidad! ¿Por qué bendice a unos y a otros no? No hay explicación.