EnElhombre huecodeJohn Dickson Carr, una de las mejores novelas policiacas que se hanescrito, un personaje identifica al género policial con la magia ypasa a describir cómo puede hacerse desaparecer a una persona, alaire libre, sin los trucos a los que recurren los profesionales en elteatro: a un campo abierto llega un jinete ataviado llamativamente yacompañado de un grupo de ayudantes a pie y uniformados como pajes;éstos, en un momento, forman un círculo alrededor del caballeroquien, cuando se separan, ha desaparecido. La ejecución es muysimple: el traje del caballero es de papel y, al cubrirlo susayudantes, se lo quita, lo dobla y lo esconde en sus ropas que son elmismo uniforme de los demás, a los que se une. Así se «desvaneceen el aire» ante los espectadores. Éstos, comenta Carr, noalabarían el ingenio del truco sino que se sentirían «defraudados»de saberlo, sensación parecida a la que experimentan algunoslectores cuando en el capítulo final se da la solución a unproblema embrollado. Enuna novela policiaca se parte de lo maravilloso a lo racional,situación inversa a la que se da en el cuento de terror. Bien sabeesto María Elvira Bermúdez (1912), autora de los seis relatosdetectivescos de este volumen y aficionada de «hueso colorado» algénero. Bermúdez considera que si la explicación del crimen«imposible» satisface los requerimientos de la lógica, se cumplenlas rigurosas normas de esta literatura, «la más difícil deescribir: saber quién fue el asesino y conocer sus motivosconstituyen un reto a la imaginación y a la capacidad intelectualdel lector». Por supuesto que un buen relato debe ajustarse al«juego limpio» y el autor debe dar todos los elementos necesariospara que se descubra el misterio.