Nunca había sido tan feliz.
La alegría se abalanzó sobre mí como un cometa que surcara enorme y poderoso un cielo oscuro y girara hacia mí a una velocidad inconcebible, remolineando para consumirme y arrebatarme hacia un universo ilimitado de goce y unidad, de amor y comprensión; una dicha sin fin, en mí, de mí y a mi alrededor por los siglos de los siglos.
Y me condujo a través del cielo nocturno en una capa cegadora y tibia de amor jubiloso, y me meció en la cuna de un goce, goce, goce eterno. Mientras giraba cada vez más deprisa y a mayor altura, todavía más henchido de imposible felicidad, un gran estrépito hizo vibrar mi cuerpo y abrí los ojos en una oscura habitación sin ventanas, y un suelo y paredes de hormigón muy duro, sin ni idea de dónde estaba ni cómo había llegado allí. Una única luz brillaba sobre la puerta, y yo estaba tendido en el suelo, en el charco de luz que proyectaba.