Qué bello su cuerpo. Sus senos pequeños, redondos, de niña grande y risueña. Aunque ya no lo sea. Me gusta saber que ella mima ese cuerpo como yo lo hacía. Ahora uno de sus brazos sube, la mano acaricia el pezón que se endurece, ese tacto de almendra. Cómo desearía besarla ahora, lamerla entera. A veces fantaseo con la idea de que ella sabe que estoy aquí, más bien que sabe quién es quien está aquí. Y que ella también piensa en mi pecho, en el vello donde se enredaban sus manos, en la fortaleza de mis piernas, y entre medias el sexo, que ella besaba, chupaba y acariciaba en un movimiento incesante hasta que no había nada más en el mundo que su mano y su lengua. Pero aquello ya está lejos,