Como hemos visto, la promesa no es un discurso sino una acción de la palabra, aparentemente muy simple, que despierta silencios y que redefine los límites de lo que es posible, con la fuerza de una verdad contra la realidad. No lo hace desde fuera del mundo, ni desde la utopía, ni desde la abstracción. Al contrario, la promesa siempre es concreta y nos sitúa en la encrucijada de cuatro relaciones: la relación con uno mismo y con los demás, la relación con el poder, la relación con el tiempo y la relación con lo posible.