Brillaba el sol sobre la mar! Con el fulgor implacable de sus rayos se esforzaba, denodado, por aplanar y alisar las henchidas ondas; y sin embargo, aquello era bien extraño pues era ya más de media noche.
La luna rielaba con desgana pues pensaba que el sol no tenía por qué estar ahí después de acabar el dia... ¡Qué grosero! -decia con un moh¡n, -¡venir ahora a fastidiarlo todo!
La mar no podía estar más mojada ni más secas las arenas de la playa; no se veía ni una nube en el firmamento porque, de hecho, no habict ninguna; tampoco surcaba el cielo un solo pájaro pues, en efecto, no quedaba ninguno.
La morsa y el carpintero se paseaban cogidos de la mano: lloraban, inconsolables, de la pena de ver tanta y tanta arena.
¡Si sólo la aclararan un poco, qué maravillosa sería la playa!
-Si siete fregonas con siete escobas la barrieran durante medio año, ¿te parece
-indagó la morsa atentaque lo dejarían todo bien lustrado? -Lo dudo-confesó el carpintero y lloró una amarga lágrima.
¡Oh ostras! ¡Venid a pasear con nosotros! requirió tan amable, la morsa.
-Un agradable paseo, una pausada charla por esta playa salitrosa: mas no vengáis más de cuatro que más de la mano no podriamos.
Una venerable ostra le echó una mirada pero no dijo ni una palabra.
Aquella ostra principal le guiñó un ojo y sacudió su pesada cabeza...
Es gue quería decir que prefería no dejar tan pronto su ostracismo.
Pero otras cuatro ostrillas infantes se adelantaron ansiosas de regalarse: limpios los jubones y las caras bien lavadas los zapatos pulidos y brillantes; y esto era bien extraño pues ya sabéis que no tenían pies.
Cuatro ostras más las siguieron y aún otras cuatro más; por fin vinieron todas a una más y már y más... brincando por entre la espuma de la rompiente se apresuraban a