Lutero insistía, no alcanzamos la madurez espiritual sino hasta que somos capaces de reintegrarnos al mundo y recibirlo, no como lo hicimos una vez con toda su mundanalidad, sino como la arena de la redención. Es nuestro lugar de trabajo. Es el lugar que Dios hizo y al que Cristo vino. No nos rendimos con el mundo; a pesar de su estado caído, sigue siendo el mundo de nuestro Padre.