De alguna manera, hemos acabado equiparando el éxito con no necesitar a nadie. Muchos estamos dispuestos a echar una mano, pero nos cuesta mucho pedir ayuda cuando la necesitamos. Es como si hubiéramos dividido el mundo entre «quienes ofrecen ayuda» y «quienes necesitan ayuda». La verdad es que somos ambas cosas. El autoamor radical no es un viaje solitario. Nuestra vergüenza corporal la construyó una complicada amalgama multidimensional de sistemas, estructuras y experiencias; la misma que creó el sistema social más amplio del terrorismo corporal. No podemos desmantelar ese sistema solos. La ciencia tiene mucho que ofrecernos para subvertir las fuerzas internas y externas de la vergüenza corporal.