Cojo la pelota y hago ruido con el cascabel. Su honestidad me agrada. No es un regalo ostentoso, de hecho es una mierda de regalo, pero tiene bonitos colores y hablarme de su procedencia es una forma de confesar que por el camino venía pensando en mí, que le preocupaba caerme bien, que no le importa un carajo lo que yo piense. Levanto los ojos hacia él, sonrío y pronuncio mi veredicto:
—Sí, me gusta, está bien.