esa culpa no me iba a abandonar nunca, pues era una culpa colectiva, la Culpa Con Mayúsculas, la culpa de la salud frente a la enfermedad o, yendo más lejos, diría, la culpa de la vida frente a la muerte, una culpa que latía contenida en apenas unos pocos milímetros, si esto no sonara tan solemne y tan cursi y, al mismo tiempo, si no sonara tan ineludiblemente verdadero.