Cuando Goldberg aborda el tema de la autoconciencia se pregunta si la corteza prefrontal es capaz de diferenciar el yo del no yo, de integrar la información sobre el medio interno del organismo con los datos que proceden del mundo exterior. Aunque Goldberg considera que esta corteza es la única parte del cerebro dotada de los mecanismos neuronales capaces de integrar las dos fuentes de información, se apoya en la hipótesis del psicólogo Julian Jaynes para suponer que la autoconciencia emergió en épocas tardías de la historia, acaso apenas 2 000 años antes de la era cristiana. Según Jaynes, antes del advenimiento de la autoconciencia funcionó un cerebro doble, diferente al que tenemos hoy. En el cerebro de los seres humanos de hoy las funciones propias del habla se encuentran localizadas en el hemisferio izquierdo: la corteza motora suplementaria en el lóbulo frontal, el área de Broca en la parte inferior del mismo lóbulo y el área de Wernicke en la parte de atrás del lóbulo temporal. Antes del advenimiento de la autoconciencia, propone Jaynes, el área del lóbulo temporal derecho correspondiente al área de Wernicke estaba activa y organizaba las experiencias alucinatorias que permitían a las personas escuchar las voces de los dioses. Esta peculiar mente “bicameral” impidió durante milenios el desarrollo de la autoconciencia, al ser incapaces los individuos de distinguir el yo del no yo. Jaynes cree encontrar en la historia temprana de la humanidad huellas de la incapacidad de distinguir la representación interna de otras personas de la presencia de individuos reales, así como de la imposibilidad de definir como alucinaciones internas del yo las voces que emanan del hemisferio derecho y que se toman como expresiones mágicas y religiosas de las divinidades.
Para Jaynes la Ilíada del siglo VIII a.C. representa una época bicameral en la que los humanos carecían de conciencia subjetiva: sin alma ni voluntad, eran autómatas nobles manipulados por los dioses. La mente estaba dividida en una parte ejecutiva y otra parte dominada: la primera era la voz alucinada de la divinidad que impulsaba desde el hemisferio derecho las acciones humanas; la segunda era el hombre que con el hemisferio izquierdo aceptaba las órdenes. Ninguna de estas partes del cerebro era consciente. La argument