Eran libros que se publicaron en pequeñas tiradas (50, 100, 300 ejemplares) y que hasta hoy resultaban inencontrables. Poemarios dispersos, escritos entre los 70 y los 90 principalmente, que parecían escabullirse de los lectores, aunque en realidad se escabullían de la censura, y que ahora se recopilan en Actas urbe, de Elvira Hernández (1951). Libros urgentes, que la autora de La Bandera de Chile iba escribiendo en esos años, rápido, escapando de los censores, pero también de cualquier clasificación o etiqueta, aunque sin bajar la intensidad, sin dejar de retratar la realidad que estaba ahí: la tortura, los desaparecidos, la violencia sistematizada y las políticas que intentaban armar ficciones para desviar la mirada, como lo refleja tan bien el poemario que abre el libro, ¡Arre! Halley ¡Arre! (1986) -sin duda conectado con La aparición de la virgen (1987), de Enrique Lihn-, que dice: «No vi el Halley el primer día/de su aparecida, cuando vio la luz para nosotros./ Dicen que venía con un brillo de sol/Con un brillo de sol negro en la noche/ Una cabellera afro increíble centroamericana. (…)/ Dicen que era como una cabeza degollada apareciendo/sin nunca querer desaparecer».
Hay ironía y una lucidez mayor en los poemas de Hernández, que nunca cae en el panfleto, sino que trabaja desarmando el lenguaje, quebrando las imágenes para esquivar lo evidente, a pesar de que la atmósfera de los años de dictadura está realmente viva en estos poemas. Está viva la atmósfera y también la memoria, porque como dijo ella en una entrevista: “Hay que interrogar, porque siempre hay alguien que recuerda”.