Por la mañana, toda la comunidad de vecinos —ahora se la vuelve a denominar oficialmente así— nos reunimos en el jardín de atrás, aquel que yo en mi imaginación había convertido ya en cementerio, para cavar una fosa, pero sólo para la basura que se está apilando en torno a los cubos. Todos con muchas ganas de trabajar, bromeando con alegría. Todos nos sentimos aliviados e ilusionados por esta actividad útil. Resulta muy extraño que nadie tenga que ir «al trabajo», que todos tengan vacaciones en casa, por decirlo de algún modo, que los matrimonios anden juntos a todas horas.