Una universidad del noroeste de Estados Unidos tiene, más o menos, las mismas salas de una universidad chilena, consultan las mismas bases de datos y, si bien es cierto que sus fondos totales son mayores, sería difícil que alguien se atreviera a apostar a que bastaría con aumentar los fondos para que se eliminara cualquier diferencia de productividad científica o calidad de la enseñanza. Que nadie lo tome a mal si creemos que, bajo cierto nivel, las carencias de recursos son una dificultad extraordinariamente difícil de remontar. Sin embargo, también es posible creer que eso no basta. Y no basta en la universidad como no basta en las empresas grandes o chicas o el Estado. No basta.