Recordé un juego que practicaba en la infancia con mis hermanos, que consistía en mirar alrededor y suponer quién de los que nos rodeaban había cometido un crimen. Si coincidíamos en la misma persona, inventábamos su historia entre todos. Así, imaginábamos que anodinas viejecitas habían envenenado sus galletas para defender su herencia; que niños celosos habían ahogado hermanitos en sus cunas; que viudas negras habían disparado y huido de la escena del crimen.