En unas horas, Ginger Petrocelli pasa de ser una chica vestida de novia a una novia que nunca será. Y allí está, sola, sentada en el
suelo de su abarrotado apartamento, rodeada de tules (y ahogando sus penas en una botella de champán que vale cien dólares) cuando suena el timbre.
Y su viaje al infierno está a punto de empezar.
En la puerta: Nick, su primer novio -convertido en oficial de policía- que le hace preguntas sobre su ex prometido, hijo de un congresista republicano. Quiere saber cuándo lo vio por última vez y le pide que no se vaya de la ciudad sin avisar.
Y la espiral continúa: acaba de perder su diminuto apartamento (de verdad, le gustaba tener la ducha en la cocina) y la prestigiosa firma de diseño para la que trabaja está a punto de cerrar.
¿Qué puede hacer?
Su respuesta, nacida de la desesperación: irse a vivir con la loca de su madre -quien, según Ginger, anula la voluntad de cualquier criatura que esté a un metro de distancia de ella- y su abuela, que mantiene acaloradas discusiones con su difunto marido.
En fin, es un plan. Pero, curiosamente, a medida que progresa el verano, son sus excéntricas parientes quienes la animan a tomar decisiones basadas en lo que quiere de la vida, y no en lo que desea evitar.
Después de más de una década viviendo en la ciudad de Nueva York, Karen Templeton reside ahora en Albuquerque, Nuevo México.
Qué desastre de vida es su undécima novela.