¿puede la soledad deshacerse de esas imágenes enfermizas, de esos cuerpos en apariencia cabizbajos, vulnerables, absortos, a las que habría que transformar en virtud de otras imágenes más amables para los ojos desorbitados de esta época? ¿Podemos por un instante separar y distinguir la escena de la soledad como virtud y de lo solitario como destino quizá indeseado? ¿Hay acaso la potencia de la soledad, una soledad que se abra hacia la pereza, o al tiempo libre, o al simple descanso de la intimidad, o al pensamiento, la lectura, o a la amistad?