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Selva Almada

Ladrilleros

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  • martehas quotedyesterday
    Su viejo no les tenía miedo, aunque sí tenía una cicatriz en un brazo, de una de esas noches en que sus parroquianos se salieron de madre
  • martehas quotedyesterday
    Hubo una época en que Pajarito Tamai y Marciano Miranda fueron amigos.

    En las calles, los baldíos y las cunetas de los alrededores de La Cruceña, se juntaban todos los changuitos del barrio, se confundían y formaban un solo batallón de niños, sin importar su apellido y su procedencia. Pajarito, Marciano y los demás eran solo su nombre de pila o el apodo que le ponían los otros; la familia no era más que el sitio adonde se volvía a comer y dormir. A lo sumo, la familia era ser hermano de otro de los compinches o primo. Pero todo entre changos.
  • martehas quotedyesterday
    Una vez que terminaron, ella buscó una toalla de mano y se limpió la entrepierna. Después se acostó al lado de Tamai y le pasó la misma toalla para sacarle la guasca adherida a la pelambre. Él le acarició el cabello y entrecerró los ojos, dispuesto a hundirse en el descanso del guerrero.

    Pero Celina lo sacudió y lo obligó a abrirlos y mirarla.
  • martehas quotedyesterday
    Un hombre es manso hasta que el alcohol le nubla la cabeza y se presenta la oportunidad de hacerse el guapo.
  • martehas quotedyesterday
    La vida seguía para siempre sin Elvio Miranda, esposo amante y padre de sus hijos. Y ella tenía que ver cómo se organizaba.
  • martehas quotedyesterday
    Pero conocía a Estela, como que la había criado de chiquita, y sabía que cuando se le ponía algo en la cabeza, mejor dar un paso al costado
  • martehas quotedyesterday
    Estaba atardeciendo. Se sacaron las ropas de salir y se quedaron con prendas más cómodas y frescas. Estela les preparó una chocolatada fría y un mate para ella y se sentaron todos en la mesa del patio.

    Hacía algunos años habían comprado la mesa larga de algarrobo con sus seis sillas y habían instalado el juego bajo la enramada. Debido al calor que se extendía casi todo el año, la vida de todas las familias pasaba más en los patios que en el interior de las casas.

    Mientras tomaba un mate, Estela no pudo evitar clavar la vista en la única silla vacía alrededor de la mesa. En realidad, era común que esa silla permaneciera vacía pues Miranda no era de quedarse mucho en la casa. Solamente durante el almuerzo estaban todos juntos. Apenas caía el sol, él se bañaba, se cambiaba y salía para el centro a encontrarse con los compinches, con la junta de los bares y el juego.

    Pero esta vez era diferente. Esa silla ya no iba a ser nunca más ocupada por Miranda.
  • martehas quotedyesterday
    Una navaja es casi la continuación de la mano que la sujeta: debe sentirse cómo se va la vida del otro por el tajo, la sangre enemiga chorreando hasta el mango y humedeciendo la mano que empuña el arma.

    Ahora lo sabe. Ahora sabe cómo es la cosa de los dos lados: apuñalar y ser apuñalado.

    —Papá…

    Marciano siente que algo empieza a desvanecerse en su interior.

    —Papá, no me dejes… —balbucea con lágrimas en los ojos.

    Su padre sigue ahí, sentado en el barro, sosteniéndolo sobre la falda. Pero no lo mira. Está mirando lejos de nuevo, como hace un rato, cuando le hablaba de Entre Ríos. Como cuando estaban en el bote con Antonio, aunque la expresión que tiene ahora el rostro de su padre no es de arrobamiento como aquella vez. Ahora tiene una expresión sombría.
  • martehas quotedyesterday
    —Papá…

    No lo atiende, como si estuviera muy lejos de allí o preocupado por otras cosas.

    —¡Papá! —grita y siente que le sube un gusto a vómito, el sabor ácido de todos los porrones que se tomó esa noche.

    Entonces Miranda agacha la cabeza y el mentón barbudo oculta la cicatriz del cuello. Lo mira, pero tiene los ojos espantados.

    —Te fallé, papá. No los encontré. Nunca pude agarrarlos.

    Su padre lo mira y frunce el ceño. Lo mira, torciendo la cabeza, como extrañado por la situación.

    —No hablés —le dice—. No hablés. Vos estás muy mal, chango. Qué macana —dice, desviando la vista.

    Vuelve a mirarlo y le da unas palmaditas en la mejilla.

    —¿Cómo te llamás, chango?

    —Soy tu hijo, papá. Soy Marciano.

    Miranda sonríe.

    —No… qué decís, chango. Cómo vas a ser mi hijo. Mi hijo es chiquito. A esta hora está durmiendo en su cama, en la casa, con la mamá. Y yo también tengo que entrar a irme. Mi mujer es buena, pero tiene su carácter. Es brava cuando se enoja. Si no me voy ahora, me va a dejar durmiendo afuera.

    —No me dejes.

    El hombre se queda pensativo. Parece que a él también se le fuera desvaneciendo algo adentro. Mira para un lado y para el otro. Levanta la vista al cielo blanco. Se pasa una mano por la cara.

    —Escuchame, chango. Oíme bien lo que te voy a decir. Yo no te quiero mover de acá. Estás malherido y a ver si la embarro peor. Vos quedate tranquilo. Quietito. Yo voy a ir a buscar ayuda. Quedándome acá no solucionamos nada.

    —No te vayas.

    —Chito. Quedate tranquilo. No te muevas. Yo no te voy a dejar de a pie, ¿me oíste?

    Le apoya cuidadosamente la cabeza en el suelo. Marciano siente la humedad a través del cabello. Lo ve ponerse de pie, aunque todavía con el torso inclinado sobre él.

    —Tranquilo. Ya vuelvo, chango, ya vuelvo.

    —No te vayas, papá. No me dejes solo.
  • martehas quotedyesterday
    El robo al banco de la provincia había sucedido tal y como lo reproducían los changos. Jugar a robar el banco fue el juego de moda todo ese año y todos querían ser el hábil ladrón que podía disparar dos pistolas a la vez.
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