Prendieron un cigarrillo y cada uno bebió de su jarra. Aunque Ángel era de por sí conversador, se mantuvo callado, como si no se la quisiera hacer tan fácil al hermano. Eso pensó Marciano, se está tomando revancha; pero, en realidad, el chango estaba perdido en sus propios pensamientos que eran uno solo: el Pájaro. Por fin sentía que tenía algo solo para él, algo tan inmenso que todo lo demás pasaba a segundo plano.
—Y contame… en qué andás.
—¿De qué?
—Tus cosas.
—Ah… bien. ¿Por?
—Por nada. Por conversar… no nos vamos a tomar este porrón callados, ¿no?
Ángel sonrió.