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Silvia Plath

La Campana De Cristal

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  • Beatriz AChas quoted7 years ago
    Así que empecé a pensar que tal vez fuera cierto que casarse y tener niños equivalía a someterse a un lavado de cerebro, y después una iba por ahí idiotizada como una esclava en un estado totalitario privado.
  • Mariana Weasleyhas quoted6 years ago
    Me sentía muy tranquila y muy vacía, como debe de sentirse el ojo de un tornado que se mueve con ruido sordo en medio del estrépito circundante.
  • Sofi An Cruzhas quoted10 days ago
    todo lo que había leído alguna vez acerca de locos me quedaba en la mente, mientras todo lo demás volaba
  • Grullohas quoted5 years ago
    porque donde quiera que estuviera sentada —en la cubierta de un barco o en la terraza de un café en París o en Bangkok— estaría sentada bajo la misma campana de cristal, agitándome en mi propio aire viciado.
  • Sayuri Lopez Romerohas quoted5 years ago
    Era como si lo que yo quería matar no estuviera en esa piel ni en el ligero pulso azul que saltaba bajo mi pulgar, sino en alguna parte, más profunda, más secreta y mucho más difícil de alcanzar.
  • Naomi malloyhas quoted6 years ago
    Me sentía muy tranquila y muy vacía, como debe de sentirse el ojo de un tornado que se mueve con ruido sordo en medio del estrépito circundante.
  • Liliana M.has quoted6 years ago
    —La voz de Irwin se alteró sutilmente—: ¿Cuándo te voy a ver?
    —¿Quieres saberlo verdaderamente?
    —Mucho.
    —Nunca —dije, y colgué con un gesto resuelto.
  • Mariana Weasleyhas quoted6 years ago
    Debería haber, pensé, un ritual para nacer dos veces: remendada, reparada y con el visto bueno para volver a la carretera.
  • b3793067585has quoted7 years ago
    Me sentía muy tranquila y muy vacía, como debe de sentirse el ojo de un tornado que se mueve con ruido sordo en medio del estrépito circundante.
  • Joss Alherhas quoted9 days ago
    Vi mi vida extendiendo sus ramas frente a mí como la higuera verde del cuento.

    De la punta de cada rama, como si de un grueso higo morado se tratara, pendía un maravilloso futuro, señalado y rutilante. Un higo era un marido y un hogar feliz e hijos y otro higo era un famoso poeta, y otro higo era un brillante profesor, y otro higo era E Ge, la extraordinaria editora, y otro higo era Europa y África y Sudamérica y otro higo era Constantino y Sócrates y Atila y un montón de otros amantes con nombres raros y profesiones poco usuales, y otro higo era una campeona de equipo olímpico de atletismo, y más allá y por encima de aquellos higos había muchos más higos que no podía identificar claramente.

    Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ese árbol de higos, muriéndome de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto, y, mientras yo estaba allí sentada, incapaz de decidirme, los higos empezaron a arrugarse y a tornarse negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a mis pies.
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