a unos hombres envidiosos de nosotros, de lo que hubo, ¡de lo que hay!, entre Dido y Eneas.
Subo a la pira, Eneas. Acepto la partida de tus naves. Tu partida. Tu adiós. Te prometo que no temblará mi mano cuando, dentro de unos largos momentos, hunda la daga en mi pecho, donde supura la llaga de tu abandono, tan reciente.