Un gobierno eficaz dependía también de una comunicación eficaz; en el vasto imperio de Carlomagno, la comunicación dependía cada vez en mayor medida de la escritura, lo que exigía una lengua estandarizada.[48] En el año 784 Carlomagno escribió a todos los monasterios y obispos de su reino, a los que señaló que consideraba «útil que los obispados y monasterios dediquen sus esfuerzos al estudio y a la enseñanza de la literatura». Alababa el celo de los monasterios, pero señalaba que las cartas que había recibido de ellos a menudo mostraban su pobre dominio del latín. En un decreto publicado cinco años más tarde, el emperador aborda específicamente la necesidad de escuelas adecuadas donde los niños pudieran aprender a leer, así como la pertinencia de que los monasterios hicieran mejores libros, «porque con frecuencia algunos desean rezar a Dios debidamente, pero rezan mal por la incorrección de los libros».[49]
La proliferación de estos libros, «incorrectos» a ojos de Carlomagno, impulsó un intenso periodo de producción y circulación de libros sin igual en la historia europea desde los días del Imperio romano.