Había palidecido ante el
«éxtasis», ante la mirada fija, cosas hacia las que ella sólo tenía gratitud; porque no había nada que le agradara tanto, que suavizara las dificultades de la vida, y que le quitara milagrosamente todas las cargas, como este poder sublime, este don de los cielos; y una no debería interrumpirlo, mientras durara; como tampoco una estorbaba un rayo de sol que descansara sobre el suelo.