Le encantaba cómo sonreía, torciendo ligeramente la boca, como un niño, y siempre sorprendido, como si no diera crédito de su felicidad.
Le encantaba cómo la miraba, como si fuera la mujer más hermosa del mundo cuando ella sabía, perfectamente, que no lo era.
Le encantaba que escuchara lo que tenía que decir y cómo no se dejaba intimidar por ella. Incluso le encantaba la manera que tenía de decirle que hablaba demasiado porque casi siempre lo decía con una sonrisa y porque, claro, era verdad.
Y le encantaba cómo, incluso después de decirle que hablaba demasiado, la seguía escuchando.
Le encantaba cómo quería a sus hijos.
Le encantaba su honor, su honestidad y su pícaro sentido del humor.
Y le encantaba cómo ella se adaptaba en su vida y él en la de ella.