Pero ¿por qué en los aviones? ¿Por qué no tiene miedo de perder el dominio de sí mismo en tierra firme?
Porque los aviones son seguros. Todo el mundo lo sabe. Los aviones son seguros, rápidos y eficaces, y una vez que estás en el aire, no puede pasarte nada. Por eso tengo miedo. No porque crea que me voy a matar..., sino porque tengo la seguridad de que no me voy a matar.
¿Ha intentado suicidarse alguna vez, señor Zimmer?
No.
¿Lo ha pensado alguna vez?
Claro que lo he pensado. Si no, no sería humano.
¿A eso es a lo que ha venido? ¿Para marcharse de aquí con la receta de una droga agradable y eficaz que le permita suicidarse después?
Lo que busco es la inconsciencia, doctor, no la muerte. Las pastillas me harán dormir, y mientras esté inconsciente no tendré que pensar en lo que estoy haciendo. Estaré y al mismo tiempo no estaré allí, y en la medida en que no esté allí, estaré protegido.
¿Protegido de qué?
De mí mismo. Del horror de saber que no va a pasarme nada.
Espera usted un vuelo tranquilo, sin incidentes. Sigo sin ver por qué tiene miedo.
Porque lo tengo todo a mi favor. Voy a despegar y aterrizar sano y salvo, y una vez que llegue a mi destino bajaré del avión vivito y coleando. Mejor para mí, dice usted, pero con eso no haría sino escupir en todas mis convicciones. Insulto a los muertos, doctor. Reduzco una tragedia a una simple cuestión de mala suerte. ¿Me entiende ahora? Le digo a los muertos que han muerto para nada.
Lo comprendió. No lo dije con esas mismas palabras, pero aquel médico era de una inteligencia sutil y refinada, y pudo imaginarse lo demás sin que se lo explicara todo