Entre aquel tuberculoso plácido y Emmanuel, rebosante de canciones, oscilaba a diario su vida, entre olor a café y a alquitrán, apartada de él y de su interés, ajena a su corazón y a su verdad. Callaba acerca de las mismas cosas que en otras circunstancias lo habrían entusiasmado, puesto que las estaba viviendo, hasta que se veía solo en su cuarto y recurría a todas sus fuerzas y su precaución para apagar la llama de vida que ardía en él.