Este tratado del filósofo dinamarqués es el primero de los veinte Discursos edificantes de diverso tenor, que vieron la luz en Copenhague el 13 de marzo de 1843. Más que un tratado, es la oración de un penitente que en soledad y recogimiento interior ruega para que en su corazón se cumpla el deseo de querer de verdad una sola cosa: el Bien, única eternidad en el tiempo que se aplica y resiste a todos los cambios.
Deseo ignorado o siempre postergado, sólo puede ser actualizado por dos guías: remordimiento y arrepentimiento, capaces de modificar el corazón para disponerlo al acto sagrado de la confesión. Confesión concentrada y en silencio, susceptible de ser efectuada por cada individuo solitario, en la hora undécima, la del llamado al encuentro del Bien, que llega en cualquier momento de la vida, tanto para el anciano como para el joven. Si esa hora tarda en venir o no viene, es porque la duplicidad de hombre irresoluto no le permite limpiar su corazón. Inconstante en todos sus caminos, su doble voluntad bloquea, demora y corrompe, hasta que lo conduce a la perdición.
Concebido por Kierkegaard como «preparación espiritual para el oficio de la confesión» (recordemos que Kierkegaard, como pastor protestante, al referirse a la penitencia habla de “oficio” y no de “sacramento”), arroja, en su lectura contemporánea, los elementos de un apasionado alegato contra la «masificación” del individuo, capaz de preservar su identidad única e irreductible si se atreve a erguirse, solo, cara a cara, él mismo frente a Dios.
El estudio introductorio, a cargo del Dr. Luis Farré, introduce la personalidad y pensamiento del autor, lo ubica en relación con las preocupaciones filosóficas de su época y la nuestra, y señala los aspectos más sobresalientes a tener en cuenta en la lectura de esta obra en particular.