Kierkegaard no pudo callar y se atrevió, disconforme con su iglesia y, luego, consecuentemente, con la clase de fieles que formara. Actitud que suponía una tremenda lucha íntima: pertenecía a un ambiente que, en parte, lo comprometía y obligaba, pues reconoce que le fueron otorgadas oportunidades de bienestar y cultura negadas a muchos otros; pero también, conciencia escrupulosa y, a veces quizá demasiado meticulosa, rehusaba el menor acomodo, a su parecer adverso a los dictados de lo exigido por la rectitud cristiana. Temperamento agudamente introvertido, se autoanalizaba, siempre insatisfecho, pues lo que era no expresaba en ecuanimidad lo que creía o imaginaba que debía ser. Lo atormentaba la idea de un ajuste vital jamás logrado