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A partir de esas experiencias, quise volverme un fantasma. Para qué estar aferrada a mi cuerpo, si cualquier cosa o persona podría hacerle daño. Hubiera deseado que mi lenta desaparición apareciera desde antes. Que mis ojos dejaran de verme. Que únicamente quedara la voz de mis pensamientos. Que ni aun siendo una gran chef, pudiera encontrar mi sabor. Que mi olor se perdiera en el viento. Que mi tacto sólo tocara la niebla.
Me obsesioné con los fantasmas. Pero no con los que son puro espanto, sino con los fantasmas que vagan perdidos en sí mismos, atrapados en algún lugar sin tiempo, sin cuerpo, sin sentido.