Luego, su beso se vuelve hambriento.
No es el beso delicado de una pareja en su primera cita, ni el beso de un hombre impulsado por simple lujuria. Me besa con la desesperación de un hombre moribundo que cree que la magia de la vida eterna se encuentra en este beso. La manera feroz en que me toma de la cintura y de los hombros, la fuerte presión de sus labios, me sacan de equilibrio hasta que mis pensamientos pierden el control.
La presión se relaja y el beso se vuelve sensual.
Una suave calidez brota desde el toque sedoso de sus labios y su lengua, y llega hasta el centro de mi ser. Mi cuerpo se derrite en el suyo y estoy hiperconsciente de los duros músculos de su pecho contra el mío, el calor de sus manos en mi cintura y mis hombros, la humedad de su boca sobre la mía.