Al principio
unos pocos, al rato millares. Todos marchan como
sonámbulos, con horribles quemaduras y los labios
derretidos, pidiendo agua entre montañas de cenizas y
cadáveres. Corro con frenesí, sorteándolos y finalmente
llego. ¿Una eternidad, un segundo, millones de años?
Salvo mi casa, todo lo demás es un interminable desierto
de restos aplanados, como si les hubiesen pasado un
rastrillo, y lo que había sido una calle es ahora apenas un
surco en medio de la planicie infinita.