La cuestión que incomodó bastante a cierta clase media de la época es que los cuatro Sánchez son inteligentes, elocuentes y muy explícitos. Aquellos lectores no querían creer que unos miserables de vecindad hablaran de esa forma, o que expresaran aquellas ideas y aquellos sentimientos. Por eso, dudaron de su existencia y alegaron que a los Sánchez los había inventado Lewis.
La vida en la vecindad que cuentan los Sánchez con todo detalle, sin tapujos ni pruritos, no es la de la pobreza folclórica del cine nacional de la Época de Oro que unos y otros compartieron —ni Marta ni Consuelo son Chachita, ni Manuel ni Roberto se comportan como el Pedro Infante de Nosotros los pobres, por más que unos canten, otros bailen, y que todos sepan caló—.
No. Los contemporáneos de carne y hueso de Chachita y Pepe el Toro muestran una sociedad implacable, no sólo por parte de los ricos, sino también de los mismos pobres —los padres maltratan a sus hijos, los hombres golpean a las mujeres, las mujeres se engañan unas a otras, y se vengan también de sus hermanos y de sus maridos—. No es éste el mundo católico de la redención en la pobreza, sino un ámbito en que los problemas humanos se agudizan, un mundo que los endurece a golpes.