Así pues, con el propósito de intentar aclarar mis confusas ideas y con el deseo de dejar constancia de los extraños pormenores de esta historia para que puedan ser conocidos fielmente por las futuras generaciones, comienzo esta crónica en el año de Nuestro Señor de mil trescientos diecinueve, en la pequeña localidad portuguesa de Serra d’El-Rei, donde, entre otras actividades, ejerzo como físico.