Un texto fundamental del Antiguo Testamento para comprender el sentido de la pobreza espiritual es el capítulo 8 del Deuteronomio. Se encuentra en ese capítulo un fragmento de un largo discurso de Moisés al pueblo, que es una síntesis magnífica de lo que podría llamarse «la experiencia del desierto». Estos cuarenta años errantes después de la salida de Egipto y antes de la entrada en la Tierra prometida han sido una experiencia fundante para Israel, simbolizan una realidad que forma parte de todo camino espiritual.
«Debes recordar todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer por el desierto durante estos cuarenta años, para hacerte humilde, para probarte y conocer lo que hay en tu corazón, si guardas o no sus mandamientos. Te humilló y te hizo pasar hambre. Luego te alimentó con el maná, que desconocíais tú y tus padres, para enseñarte que no solo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor. El vestido que llevabas no se gastó, y tus pies no se hincharon en estos cuarenta años. Reconoce en tu corazón que el Señor, tu Dios, te corrige como un hombre corrige a su hijo. Guarda, por tanto, los mandamientos del Señor, tu Dios, marchando por sus caminos y temiéndole»[48].