Mientras deambulas entre la marea en busca de hermanos lobos, te das cuenta de que tú también te has refrescado en esos lugares de abundancia y de promesas. Cuando dos lobos se reconocen, resurge esa tierra firme informal que ninguna mueca engañosa sabría disimular. Aislados hasta dudar de su propio territorio, son los centinelas fieles y mudos de un castillo de cimientos imaginarios. Los lobos enseñan los dientes, pero te ponen la otra mejilla.
Desde el velador, tu libreta ve cómo te adentras en esa zona de turbulencias.