El dolor la atenaza, reverbera en sus huesos, parece minar las raíces mismas de la vida. En el pueblo la consideran una chica dura, pero el sufrimiento que ahora siente es desconocido, incomparable. Mouchette está tan poco habituada a examinarse a sí misma que prácticamente no ha tenido tiempo de reflexionar sobre las sutiles diferencias entre lo físico y lo moral, y sobre sus secretas relaciones. Soporta pacientemente, sin comprenderlo, un dolor tan perfecta y equitativamente repartido en cada fibra de su ser que, cuando alcanza el paroxismo, parece disolverse culminando en una horrible náusea.