Dulcineva: eres suave como una cama de agua en la cual se puede dormir, jugar y hacer el amor. Dulcineva: envuelta en ti misma para ocupar el menor espacio posible, perfecta e invisible salvo para quien merece encontrarte entre la selva de fealdad del mundo. Dulcineva: quizá sea un genio, pero no soy un artista y tú eres una obra de arte. Levantas la sábana a cada respiración, apenas perceptiblemente… unos ojos humanos no lo notarían. Tampoco notarían la peca solitaria junto a tu nariz, ni la manera en que cada uno de tus cabellos parece dormir y respirar, dormir y respirar, tranquilamente, como si cada fibra tuya estuviera de lo más a gusto aquí, en esta cama con olor a mí, con olor a Eliseo, el Inmortal. Los ojos de adentro también tienen párpados y acaban parpadeando y llorándote encima, Dulcineva, porque la belleza a cualquiera lo conmueve. Los llamo de vuelta y me quedo un rato más aquí, afuera, porque no estoy listo para entrar.