Pero –algunos, siempre algunos– no la quieren en un ejercicio de amor romántico, o de promesa de fidelidad, o de creación de brigada noble y afectiva, no. La quieren –algunos– para satisfacer sus ansias varoniles, para acrecentar su ego, para perpetuarse ellos mismos como depredadores –y qué masculina y qué bien suena la palabra en su boca, redonda, la palabra depredador en su boca después de un traguito de vino–, para olvidarse de la decrepitud a la que sus cuerpos no inmarcesibles empiezan a entregarse sin tener en cuenta lo que los cuerpos exultantes de vida de ellas desean.