Sentí miedo, hijos míos. Huitzilopochtli siempre había sido nuestro dios, nuestro protector. Él fue quien guió a los mexicas desde Aztlan hasta México. Él consoló y ayudó a nuestros abuelos todos los años que anduvieron caminando por el desierto, sin poder detenerse a descansar. Gracias a él encontramos nuestra verdadera casa, en Tenochtitlan y en Tlatelolco, en el centro del gran lago del Anáhuac. Él fue quien nos dio fuerzas para vencer a nuestros enemigos en la guerra. Por él nos hicimos el pueblo más poderoso y temido. Si nos abandonaba, todo estaría perdido. Si Huitzilopochtli se enojaba con nosotros, entonces sería el fin de los mexicas.
—H