En 1959, el iconoclasta sociólogo escocés R. D. Laing –bajo la fuerte influencia de Sartre y de otros existencialistas– argumentaba en El yo dividido que la esquizofrenia era el acto de supervivencia de un alma herida91. Fue famosa la condena de Laing de «lobotomías y tranquilizantes92 que implantan en el interior del paciente las barreras del manicomio y las puertas cerradas a cal y canto». Creía que los enfermos se retraían al interior de su propia mente como si fuera una manera de hacerse el muerto, de conservar su autonomía: era mejor convertirte tú mismo en una piedra –dijo una vez–, que ver cómo te lo hacía otro93. En 1961, el sociólogo Erving Goffman94 publicó su libro Internados, donde exploraba la vida en las instituciones mentales y terminaba convencido de que el psiquiátrico daba forma a una enfermedad en los pacientes, en lugar de hacer lo contrario. Ese mismo año, el psiquiatra finés Martti Olavi Siirala escribía que los esquizofrénicos eran prácticamente unos profetas95 que percibían de una forma especial las neurosis de nuestra sociedad: la enfermedad mental compartida de nuestro inconsciente colectivo. Y, de nuevo, ese mismo año, el padrino de la antipsiquiatría, Thomas Szasz, publicó su obra más conocida, El mito de la enfermedad mental, donde afirmaba que la locura era un concepto que los poderosos utilizaban contra los desfavorecidos96, un paso en la marginación y la deshumanización de todo un segmento de la sociedad que piensa de manera distinta.
Un año después, en 1962, la antipsiquiatría se popularizó gracias a una contundente novela que trataba la brutalidad del típico hospital psiquiátrico público como metáfora del control social y de la opresión autoritaria. Alguien voló sobre el nido del cuco era la historia de Randle Patrick «Mac» McMurphy, un delincuente de poca monta, un espíritu libre, un rebelde ingresado en un manicomio donde libra una batalla de ingenio contra las malvadas fuerzas de la autoridad97 y que acabará aplastado por ellas. Incluso antes de que se hiciera una película, Alguien voló sobre el nido del cuco se convirtió en uno de los mitos fundacionales de la contracultura, tan romántica –a su manera– y tan potente como Easy Rider y Bonnie & Clyde, una forma perfecta de explicar el modo en que estaba funcionando el mundo en aquellos momentos y de sacar a la luz todo cuanto había apisonado la cultura de la generación anterior.
Si nos remontamos aún más, por supuesto, la idea de que todo cuanto la sociedad considera una enfermedad mental surge del mismo lugar que el impulso creativo y artístico ya lleva siglos con nosotros: el artista como iconoclasta, como aquel que dice la verdad, el único cuerdo en un mundo demencial. Incluso Frieda Fromm-Reichmann, en los últimos años antes de su muerte en 1957, llegó a creer en la presencia de un «elemento secundario»98 en la soledad de algunos psicóticos que los convierte en «unos observadores más ávidos, sensibles y audaces».