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Robert Kolker

  • Marisol García Wallshas quoted2 years ago
    En 1959, el iconoclasta sociólogo escocés R. D. Laing –bajo la fuerte influencia de Sartre y de otros existencialistas– argumentaba en El yo dividido que la esquizofrenia era el acto de supervivencia de un alma herida91. Fue famosa la condena de Laing de «lobotomías y tranquilizantes92 que implantan en el interior del paciente las barreras del manicomio y las puertas cerradas a cal y canto». Creía que los enfermos se retraían al interior de su propia mente como si fuera una manera de hacerse el muerto, de conservar su autonomía: era mejor convertirte tú mismo en una piedra –dijo una vez–, que ver cómo te lo hacía otro93. En 1961, el sociólogo Erving Goffman94 publicó su libro Internados, donde exploraba la vida en las instituciones mentales y terminaba convencido de que el psiquiátrico daba forma a una enfermedad en los pacientes, en lugar de hacer lo contrario. Ese mismo año, el psiquiatra finés Martti Olavi Siirala escribía que los esquizofrénicos eran prácticamente unos profetas95 que percibían de una forma especial las neurosis de nuestra sociedad: la enfermedad mental compartida de nuestro inconsciente colectivo. Y, de nuevo, ese mismo año, el padrino de la antipsiquiatría, Thomas Szasz, publicó su obra más conocida, El mito de la enfermedad mental, donde afirmaba que la locura era un concepto que los poderosos utilizaban contra los desfavorecidos96, un paso en la marginación y la deshumanización de todo un segmento de la sociedad que piensa de manera distinta.
    Un año después, en 1962, la antipsiquiatría se popularizó gracias a una contundente novela que trataba la brutalidad del típico hospital psiquiátrico público como metáfora del control social y de la opresión autoritaria. Alguien voló sobre el nido del cuco era la historia de Randle Patrick «Mac» McMurphy, un delincuente de poca monta, un espíritu libre, un rebelde ingresado en un manicomio donde libra una batalla de ingenio contra las malvadas fuerzas de la autoridad97 y que acabará aplastado por ellas. Incluso antes de que se hiciera una película, Alguien voló sobre el nido del cuco se convirtió en uno de los mitos fundacionales de la contracultura, tan romántica –a su manera– y tan potente como Easy Rider y Bonnie & Clyde, una forma perfecta de explicar el modo en que estaba funcionando el mundo en aquellos momentos y de sacar a la luz todo cuanto había apisonado la cultura de la generación anterior.
    Si nos remontamos aún más, por supuesto, la idea de que todo cuanto la sociedad considera una enfermedad mental surge del mismo lugar que el impulso creativo y artístico ya lleva siglos con nosotros: el artista como iconoclasta, como aquel que dice la verdad, el único cuerdo en un mundo demencial. Incluso Frieda Fromm-Reichmann, en los últimos años antes de su muerte en 1957, llegó a creer en la presencia de un «elemento secundario»98 en la soledad de algunos psicóticos que los convierte en «unos observadores más ávidos, sensibles y audaces».
  • betzcclhas quoted3 months ago
    Las llamaban «esquizofrenogénicas».
  • betzcclhas quoted2 months ago
    ahora de que todos tenemos la maravillosa capacidad para moldear nuestra propia realidad, al margen de los hechos.
  • betzcclhas quoted2 months ago
    Nuestras relaciones pueden destrozarnos, pero también pueden cambiarnos y restaurarnos, y nos definen, aunque nunca lleguemos a ver cómo sucede.
    Somos humanos porque las personas que nos rodean nos hacen humanos.
  • betzcclhas quoted2 months ago
    Podemos vivir toda la vida metidos en una burbuja y sentirnos muy cómodos, y puede haber otras realidades que nos negamos a admitir, pero que son tan perfectamente reales como la nuestra.
  • betzcclhas quoted2 months ago
    Me enseñaron a aceptar las cartas que te han tocado, porque si no, es algo que te come viva. Si vas a la esencia de lo que te pasa, descubrirás que solo se obtiene paz en tu propio trauma a base de querer y de ayudar.
  • b5974253442has quoted2 years ago
    No sería la primera ocasión en que uno de sus hermanos ha intentado burlarse de ella, pero Donald habla tan en serio, de una manera inconfundible –tan ferviente, tan reverencial–, que solo sirve para que Mary se enfade más todavía.
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